El diablo es tema de conversación en varias culturas siempre relacionado con el ocultismo, lo mas maligno del comportamiento humano. Siempre tratando de explicar lo malo que pasa el mundo de los vivos. Manifiesta más que nada el temor de los seres vivos a lo desconocido siempre poniendo excusas para no sumergirse en ese tema que tanto asusta al propio y más valiente de los hombres.
Varias historias cuentan cada uno de estos miedos desde posesiones hasta propios asesinatos producidos por este ente que asusta con su sola mención que puede llamarse al tabú en varias culturas, el diablo es el ser, posiblemente, que mas atemoriza, sin miedo a equivocarme al ser humano.
Contare esta historia para que nunca toquen un libro de los años sesentas.
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Juan y Teodoro eran chicos normales que vivían en Buenos Aires eran hermanos muy unidos disfrutaban haciendo travesuras a sus primos, tíos, y abuelos.
A casa de sus abuelos era donde más les gustaba ir, el abuelo Jacinto y la abuela Juana tenían los más extravagantes objetos que se puedan encontrar siempre se divertían con alguna aventura contada, con mucho entusiasmo, por su abuelo.
El abuelo Roberto había sido un gran comisario de policía, en el pueblo de la escondida donde ellos vivían, la escondida es un pueblo ubicado en el interior del país en una provincia llamada Chaco. La provincia del chaco es sin duda una de las más sombrías que hay en toda la argentina.
Desde sus esteros hasta sus parajes si tuviera que elegir una provincia donde me gustaría realizar una aventura esa sería sin duda: El Chaco.

La madre de Teodoro y de Juan, insistía que dejen un poco la ciudad y estén un poco lejos de todo lo cibernético, así que esa misma tarde los embarco hacia la estación terminal y allí los despidió sin antes escuchar suplicas para poder quedarse, ya que estarían, por lo menos una temporada escolar.
— ¡No mamá por favor no vuelvo a pegarme a la computadora! Suplicó sin éxito Teodoro.
Pero su madre estaba decidida, quería que los chicos experimentaran una temporada lejos de toda la tecnología que albergaba la ciudad.
Llegaron a casa de sus abuelos pasada las diez de la noche y ya estaban muy cansados como para charla.
Los días siguientes transcurrieron de la misma forma la cara de Teodoro y de Juan ya les llegaba al piso. Entonces ese mismo día el abuelo Juan organizo un campamento con gente de los alrededores.
Ese mismo día los despertó a las cinco y media de la mañana para que vayan saliendo, tenían todo preparado solo faltaban ellos. Ya para las cinco y cuarenta estaban completamente preparados y así nomas salieron hacia el amanecer con todo un campamento para cuatro.
Acordaron reunirse con los Sanabria a las siete menos cuarto, los Sanabria eran una familia grande de cuatro integrantes, el padre Jacinto y su esposa Claudia, el hijo de catorce, Ramoncito como se lo conocía en el pueblo era el mayor. Después lo seguían los de doce hasta la edad de Teodoro y Juan ósea nueve y diez respectivamente
Los Sanabria tenían un hijo llamado Sebastián tenía diez años y era un atorrante de aquellos. El chico era tan insoportable que su padre un poco mas y lo mataba, pero la madre nunca dejo que tocara a su hijo, Claudia (la madre) era una mujer de cuarenta y siete años que se había casado desde que era muy joven, así que sabía muy bien cómo eran los jóvenes. Tenían acordado acampar cerca de un río para que así los niños pudieran pescar y hacer sus chucherías, jugar al futbol, nadar, correr etc. Don Sanabria y Jacinto eran muy buenos amigos se conocían de añares y siempre estaban pendientes el uno del otro. De vez en cuando se encontraban en el rancho de uno o de otro para tomar mates o, para alguna que otra partidita de truco, o ajedrez.
Llegaron al lugar más o menos a las siete de la noche. Armaron un buen fuego y se dispusieron a cocinar unas milanesas, con algunas frutas silvestres.
El señor Sanabria y el abuelo Jacinto mandaron a Ramón, Sebastián, Teodoro, Juan y el resto de los hijos de los Sanabria para que consigan algunas Frutas para poder hacer una buena ensalada. Cuando se hubieron alejado bastante del campamento los chicos empezaron a hablar:
—¿Ustedes vienen de la capital?. Preguntó muy interesado Ramoncito.
Juan y Teodoro hicieron un gesto con la cabeza ateniendo a decir que sí.
A Sebastián no le gusto el gesto que le hicieron a su hermano y al ver un charco cerca de allí, le puso la pierna al más pequeño de los Gonzales: Teodoro.
¡Hay mamita querida que batifondo se armó! Juan saltó como alma que lleva el diablo y le encajó una buena piña en la cara a Sebastián ahí nomas salto Lautaro el hijo de Sanabria de once años, y le hizo sangrar el labio a Juan y ahí salto Teodoro que le metió una buena patada en la zona de la rodilla; Ramón trató de separarlos, pero para cundo se calmaron estaban todos rasguñados con los ojos morados y muy, muy cansados.
Cuando llegaron al campamento la abuela Juana saltó inmediatamente sobre sus nietos que se estrujaron en sus brazos.
— ¿Pero que les pasó? Preguntó el señor Sanabria.
Ramón solo atino a decir que fue un lio estúpido, pero que estaba muy cansado como para explicar lo que había pasado, Teodoro y Juan se refugiaron diciendo que ellos habían empezado (excluyendo a Ramón que era el único que les caí bien). La revuelta se olvido al día siguiente y a la mañana bien tempranito empezaron a pescar. Eso no remedio en nada la situación: Todo el santo día estuvieron peleando. Teodoro en venganza con Sebastián lo empujo al río y por poco si logra que no se ahogue, Lautaro después se vengó de Teodoro tirándole toda la carnada en la cara, y Juan en la comida les puso a Lautaro y a Sebastián en la comida los mismos gusanos que le habían tirado a Teodoro. ¡Y ahí nomas empezó la reprimenda!
—Pero como se te ocurre tirar a Sebastián al agua—. Dijo furioso el abuelo Jacinto. Se pudo haber ahogado.
—Y vos Lautaro no pienses que la vas a sacar más barata.
Tal fue l reprimenda que a ninguna de las dos familias atinó a querer quedarse se veía a legua que sus chicos se llevaban peor que perros y gatos.

A la semana siguiente ya tenían que empezar la escuela Juan y Teodoro iba a ir a una que estaba a media legua de ahí y el abuelo los iba llevar hasta haya en camioneta para pasarlos a buscar a las doce y media del mediodía. Ninguno de los dos estaban muy contentos con tener que esperar a su abuelo. Principalmente porque él tenía mucho trabajo en el campo, solía llegar a comer a las una y media de la tarde ¡Si es que llegaba! El mayor miedo de los chico era de que los olvidara, y no los fuera a buscar.
Pero el primer día de clases llegó y se fueron hacia la escuela. Cuando llegaron eran ya casi las ocho, luego sonó el timbre de entrada, saludaron a la bandera y se dispusieron a ir a sus salones. La señorita de ambos estaba ahí en el salón y empezó a preguntar —Chicos cuanto es ocho por ocho. Dijo la maestra.
Las manos de Juan y Teodoro salieron despedidas como cohetes.
—Sesenta y cuatro. Respondieron al unísono.
—Muy bien chicos. Respondió la maestra.
La envidia de Sebastián y Lautaro, junto con las de todo el salón se hizo sentir cuando tocó el timbre para salir al recreo los dos hermano salieron juntos y cuando llegaron al patio vieron a los dos Sanabria que los esperaban con tres grandulones de séptimo año.
—Eh Roberto no te parece que les tenemos que dar una leccioncitas a los pituquitos. Se bufó con un tono altanero Sebastián.
Sebastián y Teodoro no sabían lo que les esperaba, ¡Uy mamita querida! Se armó una pelea de aquellas y como era de esperarse tres contra dos es resultado dado y hecho.
Cuando el abuelo Jacinto llego a buscarlos al mediodía Juan y Teodoro llevaban los ojos morados lagrimas en los ojos y estaban muy acongojados les contaron lo que pasó, pero les pidieron que no se los diga a nadie, ya tomarían ellos su venganza.
Cuando llegaron se subieron como alma que lleva el diablo a sus piezas. Ese día iban a quedarse solos ya que sus abuelos se iban al pueblo por algo de la iglesia y tardarían bastante en llegar. Entonces se pusieron a ver libros viejos de su abuelo y encontraron uno que les llamó la atención, el libro tenía una inscripción que decía “Libro del eterno ocultismo” en su portada se veía una estrella de cinco puntas y la caratula del libro era de color rojo sangre, y extrañamente despedía un inconfundible olor a azufre.
Abrieron el libro y en la primera página decía Resuelva sus problemas con este sencillo hechizo. Los chicos quedaron estupefactos al ver esas palabras. Pero ahí nomas salto Juan y dijo —Vamos a probarlos querés.
—Vos crees lo que dice esto. Dijo Teodoro
—No sé pero me gustaría siquiera probarlo dándole una asustadita a ese Sebastián, no te parece. Repuso Juan.
—Si a mí me gustaría. Dijo entusiasmado Teodoro.
Al otro día a la mañana llevaron el libro escondido en la mochila y apenas llegaron ya los esperaban los mismos chicos del día anterior pero esta vez solo eran dos. Como el día anterior los quisieron encarar y ahí nomas Juan sacó el libro y dijo: —Tricka Santaia Seniteck. Todos los que estaban en el patio se empezaron a reír… menos Sebastián al que se le empezó a caer todo el pelo dejando en su lugar serpientes de coral que le empezaron a picar por todo el cuerpo. El chico lanzó un grito ensordecedor estaba siendo torturado pero no se moría.
Juan buscó rápido como solucionarlo y encontró un pequeño párrafo.
…”Su enemigo ya ha tenido suficiente contrarréstelo con este sencillo rompe maleficios…”
A partir de ese día todos miraban con mucho miedo a los chicos. Era raro si alguien le dirigí la palabra, siempre estaban murmurando cosas a sus espaldas como: “Estos son hijos del diablo”, o también “Anda saber si son brujos”. A los chicos ni les importaba estaban muy contento de que no los molestaran.
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Un día revisando el libro encontraron algo escalofriante un texto antiguo que contenía el siguiente texto…”Si el poder del libro no te ha asustado y quieres ser aún más poderoso has esta sencilla y poderosa poción, mezcla sangre de un cordero, con los cuernos de una vaca, hecha todo en un caldero y muy grade será el gozo”
Juan y Teodoro leyeron el texto con suma atención y luego discutieron acerca de ella.
—A mí me gustaría probarla, después de todo mira el julepe que se agarro Sebastián con nosotros. Alentó Juan
—Viste la cara que puso cuando se revirtió el hechizo—. Dijo Teodoro con una risa burlona. Un poco más y no la contaba. Continuaron leyendo hasta que Juan propuso:
—Mira el abuelo tiene un asado el viernes, y siempre deja la sangre en un balde para los perros, las sacamos, después la ponemos en la olla, y yo pongo los cuernos de la vaca.
Teodoro estaba leyendo el libro y dijo:
—Eh mira acá dice que hay que relatar un conjuro.
—No hay problema, primero lo primero conseguir los ingredientes.
El día del asado había llegado y el abuelo Jacinto, como era recurrente dejó a un lado el balde de sangre para los perros. Juan y Teodoro fueron, agarraron y con eso ya tenían el último ingrediente, (Juan ya había conseguido los cuernos de vaca).
Pusieron el caldero en el fuego alejado de las risotadas de los invitados del abuelo Jacinto. Cuando tenían todo listo sacaron el libro y empezaron a recitar al unísono:
…”¡Mexca Silatio Empremanto Morfo In Corpus Diabolicus Maximus Pobbertimas Imdestecto Excuiso Resurcanto!
Cuando terminaron de decir el hechizo el caldero empezó a lanzar espuma que se volvió roja, y empezó a lazar un inconfundible olor a azufre, desde el caldero empezó a salir una figura de piel blanca, cabeza ovalada, y ojos como dragón.
El ser salió del caldero y empezó a caminar, así nomas desnudo, después izo aparecer algo como un palo con una bola de cristal en la punta, con un golpe de esa cosa en su cuerpo una túnica larga y roja que le tapaba los pies, con una capucha que le tapaba la cara.
Teodoro y Juan estaban como confusos sin saber que decir. Juan se acerco hacia la figura, y sin más preguntó:
—Quién es usted.
—Me honra presentarme ante ti. Hizo Una reverencia y procedió en continuar.
—Mi Nombre Lucifer, soy el diablo.
Ambos chicos quedaron petrificados ante esta revelación. Un sentimiento de culpa invadía a los dos, habían despertado al diablo al ser mas atemorizante y estaban allí parados ante él.

Este cuento ha sido enviado por Ever Flores. Agradecemos su aportación.



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