Cuando era niño escuchaba narraciones de mis abuelos bastante interesantes, yo no creía estos relatos pero eran realmente buenos, hubo un relato que me causo curiosidad, el me dijo que cuando te pones a los ojos las lagañas de los perros, puedes ver fantasmas que los perros si pueden ver. Me explico porque a veces se te eriza la piel mientras tu perro ladra o aulla sin motivo alguno, la razón es que ellos si pueden ver fantasmas pero el ser humano no puede. Cierto día me reuní con unos amigos y un primo en medio de risas y juegos les comente lo que mi abuelo me dijo y todos se burlaron de esto y mi primo como era más fanfarrón que los demás nos reto a ponerle las lagañas del perro de la casa. El perro era de color negro y con frecuencia aullaba por las noches o se asustaba sin razón alguna, no fue difícil obtener sus lagañas y ponérselas a mi primo, después de casi una hora se lavo los ojos y nuevamente se burlo de mi y me dijo que era muy estúpido creer que así podría ver fantasmas. Mis amigos y mi primo se fueron y me quede un poco pensativo me asustaban los cuentos de mi abuelo pero al parecer era muy tonto asustarse por algo irreal. No volví a ver a mi primo hasta un día que fui a su casa de visita, mi tía estaba un poco preocupada mi primo ya no dormía por las noches andaba muy asustado su salud se deterioraba progresivamente.
Cuando lo vi no podía reconocerlo tenía unas ojeras terribles y se notaba muy avejentado, me dijo con lágrimas en los ojos que mi abuelo tenía razón, durante la noche veía sombras que nadie más podía ver, algunas lo atravesaban y otras se transformaban en figuras humanas o se desvanecían. El se sentía muy atormentado.
Al poco tiempo mi tía se traslado a otra ciudad, no volví a saber más de mi primo hasta un par de años cuando me entere que había muerto recluido en un manicomio. Sentí una profunda pena y un remordimiento de culpabilidad por lo que hicimos con las lagañas del perro.

Este cuento ha sido enviado por Roger Arce. Agradecemos su aportación.



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