Tic… tac… tic… tac
La vela de la habitación iluminaba el rostro sin vida de un hombre, sus ojos rojos producto del insomnio miraban sin parpadear la puerta de la habitación. Su cuerpo estaba sumergido en la oscuridad.
Su mano derecha parecía temblar, parecía tener aún vida. Su brazo izquierdo estaba completamente inmóvil. Una mosca pasaba por su oído y aun así el hombre no presentaba reacción alguna.
Su boca estaba semi abierta, desde ella salían algunas gotas de sangre que recorrían todo su rostro hasta caer sobre la almohada de la cama sobre la cual estaba recostado.
El reloj continuaba:
Tic… tac… tic… tac
La luz de la llama de la vela reflejaba la muerte en sus ojos. Sus ojos no dejaban de ver la puerta, la poca luz que atravesaba la cerradura. Los roedores caminaban por el suelo de la habitación, las moscas paraban sobre su mano derecha que aún se movía.
Pasaron 15 minutos con la misma escena, hasta que se escuchó un ruido.
Tic… tac… tic… tac
TOC, TOC
El hombre finalmente parpadeó.
¡Hay sangre bajo la puerta. Tíra la puerta abajo! – Gritó una mujer del otro lado
La puerta se abrió repentinamente. Dos personas entraron en la habitación con linternas en la mano. Observaron sobre la cama a un hombre que creyeron estaba muerto. Su boca estaba ensangrentada, sus ojos abiertos estaban rojos, su rostro estaba hecho hacia un lado, observando la puerta que ahora estaba abierta. Su brazo izquierdo era casi esquelético, había sido mordido a tal punto que le faltaba carne, sus piernas estaban desgastadas como su brazo, gusanos recorrían su cuerpo tan delgado que parecía un esqueleto.
Las personas entonces se acercaron al cuerpo hasta que al tocarle la mano derecha, se levantó repentinamente con una roja sonrisa en su rostro. Los visitantes gritaron y del susto cayeron al suelo. Se apagaron las linternas, se apagó la vela y aquel hombre desapareció en la oscuridad.
Al fin sería libre.

Este cuento ha sido enviado por Matt, agradecemos su aportación.