Inicio > Cuentos de terror > Cipriano
Publicado el miércoles, 15 de agosto de 2012
Sus pupilas tardaron en reconocer las vagas formas que lo rodeaban, tan grande era la oscuridad. Intentaba agarrarse de las raíces que sobresalían de la negra tierra húmeda, pero sus manos sudadas podían apenas cerrarse en inútiles intentos por escapar de ese casual claustro. Sus ojos desorbitados, inyectados de sangre y el hilo de baba que corría por la comisura de sus labios apretados reflejaban sus desesperados esfuerzos.
El pozo enorme, negro, pestilente, refugio de bichos y alimañas ya se manifestaba a medio kilómetro advirtiendo con un nauseabundo olor su llegada, la referencia del pueblo y su peor problema. Nadie sabía el origen - o el final - del pozo, hasta los viejos hablaban de que ya jugaban ahí de niños. Algunos decían que era la guarida del Pombero, otros iban mas lejos y decían que era la propia entrada del infierno. Nunca se vio animal vivo cerca del pozo, las aves evitan pasar por encima y la rodeaban o simplemente desviaban completamente su camino. Algunas noches se escuchaban ruidos y gritos contenidos, que parecían venir del fondo del pozo. Durante mucho tiempo fue prueba de muchachos pasar la noche al costado, pero nunca nadie se había creído tan macho para lograr semejante hazaña.
- 'Oime añaokegua' –(queda cerca de la puerta del diablo) era el comentario con frecuencia utilizado para denotar la lejanía o cercanía del rancho de algún vecino.
Cipriano creía que eran historias de viejos, pero apenas llegaba la noche y la luna lanzaba su blancuzca luz mortecina sobre el pueblo, su coraje desaparecía y corría cerca de Ña Chela. Del mismo modo recobraba el perdido aplomo nocturno apenas despuntaba el alba, cuando traer leche y queso de la vecina a cambio de huevos eran tarea. Contraponiendo sentimientos, un extraño miedo se apoderaba de su cuerpo flaco y debilucho al traspasar la cerca, porque sabía que José lo estaría esperando en alguna parte, agazapado en el follaje o recostado en su silla de madera. Ya hace mucho en una de las primeras chanzas lo ataron a un árbol embadurnado con miel, donde las hormigas y abejas lo picaron hasta caer desmayado. Encabezados por José, los niños del pueblo hacían de esto una práctica habitual, torturándolo de todas las formas imaginables. El carácter dócil de Cipriano no permitía llevar a cabo lo que maquinaba su mente, que deseaba poder castigar a estos pequeños capataces que sólo conocían de golpes de fusta y gritos que sus padres propinaran al ganado de los hacendados ricos. Caía en estas alucinaciones cada vez con mas frecuencia, al punto de a veces no poder distinguir la realidad de su fantasía cargada de sangre y violencia.
Atado al temor, se había acostumbrado a rodear el rancho e ir por otro camino al pueblo a comprar las provistas o a dejar algún recado. Vivir en zozobra y esperando que en cualquier momento cayeran sobre él los vándalos era una constante en la vida de Cipriano.
Uno de los pocos momentos en que escapada de su realidad y de su morbosa imaginación era al mediodía, cuando alimentaba a sus gallinas. Esto era mas que una tarea diaria para él, era el sumum de la felicidad pasar el tiempo con estas indefensas aves, que parecían no tener ni ganas de volar. Separaba los mejores granos para ellas, les hablaba y hasta jugaba con ellas. El sentimiento era recíproco, ya que sólo el podía alimentarlas. Ni siquiera Ña Chela, la dueña de las gallinas, se libraba de unos buenos picotazos si osaba entrar al gallinero. Esta extraña amistad no dejaba de llamar la atención a los vecinos, que empezaron a pensar que Cipriano era un poco lelo, hasta ellos los desdeñaban y miraban recelosos al pasar.
Esa mañana, había ido como de costumbre a comprar huevos y leche, alargando el camino para evitar desafortunados encuentros. Iba al costado del camino pensando en sus gallinas, cuando distinguió en la distancia la vaga sombra de una persona. Con cada paso se hacía mas visible la figura, que resultó ser José, para su desgracia. Se le oprimió el corazón al comprender que estaba por ser humillado una vez mas por este perverso niño, lo mas parecido al diablo que había conocido. Sin embargo, este pasó a su lado, apenas mirándolo de reojo. Cipriano no supo que pensar, hasta ese momento no creía en lo milagros, y de haberlo hecho, no hubiese sido posible que de la noche a la mañana José se hubiese vuelto bueno. Cavilando, llegó al almacén y compró lo ordenado.
Cualquier cosa hubiera dado Cipriano por no ver el dantesco espectáculo del que sería testigo horas mas tarde, cuando se acercaba a su rancho. Sus aves estaban alborotadas, corriendo por todas partes en un revoltijo de plumas. Su primera idea fue un aguara, animal que odiaba. Pero instantes después se dio cuenta de lo equivocado que estaba. Colgado de las patas de la viga que sostenía el gallinero, sus mas gordas gallinas se extendían sin cabeza, chorreando sangre que caía en gotas hasta la tierra seca.
Desesperado, llamó a gritos a Ña Chela, que no supo explicar lo sucedido. No vio a nadie ni tampoco escuchó nada, aunque el gallinero se alzaba a muchos metros de su rancho. Tal parecía que a Cipriano le hubieran arrancado su propio brazo, tan abatido y lleno de dolor había quedado. Entonces, en medio de sus tristes lamentos comprendió la actitud indiferente de José a su paso.
El olor a selva se impregnaba por sus pantalones y por su torso desnudo recorrido por hormigas. De la angustia pasó al miedo, un terror desconocido que se apoderó de el en segundos. El espacio se le achicaba y en su pecho ya no cabía el aire. Enmudecido, la voz se resistía a salir y solo unos sonidos guturales lograban escapar de su garganta. Imploraba que alguien pasara y lo ayudara a salir, pero sabía que eso era imposible, hasta de día el camino era apenas transitado. Lágrimas tibias se deslizaban por su rostro sudoroso, su sollozo incontrolaba se hacía mas fuerte a medida que pasaban los segundos. Miraba al cielo y el manto de estrellas se extendía a la vista como expectantes de sus ya limitados movimientos. Respirar se le hacía doloroso y sólo deseaba que las ramas que se iban cerrando por sus piernas y brazos terminaran de una vez, que el hedor que le hacía dar vueltas la cabeza y vomitar terminara de una vez. Que termine... que termine.
Lo último que vio José antes de que el pozo lo tragara para siempre, perdiéndose en el tiempo, fueron los rojos ojos de unas extrañas aves blancas, manchadas de rojo y plumas paradas. Y en medio de ellas se levantaba Cipriano, desnudo y con una sonrisa en los labios.
Este cuento ha sido enviado por Tron, agradecemos su aportación.
Categoria: Cuentos de terror
2 Comentarios de “RELATOS DE TERROR | Cuentos, historias, pesadillas y miedo”
Hola! Me gustó mucho tu cuento. La atmósfera angustiante me hizo acordar un poco a los cuentos de Quiroga y creo que el cambio de puntos de vista le dio un giro interesante. Gracias por compartirlo. Saludos! Elisa
Estoy con tigo
Tienes toda la razon