Al despertar en medio de la fría noche me sentí extrañamente vacío de todo sentimiento, como si se hubiera interpuesto un bloqueo entre mi cerebro y todo el resto del sistema nervioso. El tacto entumecido, la vista borrosa, me era imposible oír u oler nada, sin embargo un ligero gusto metálico se sostenía en mi boca a la que le faltaba su habitual humedad.
Intuía que algo iba mal. Como es habitual en mi carácter me revolví contra los sentimientos de lentitud y de aturdimiento, odiándolos, luchando encarnizadamente contra ellos, y al final me incorporé. De inmediato me sobrevino un intenso dolor en el brazo izquierdo, punzante y nervioso como si por entero estuviera cubierto de hinchazón y derrames sangrientos bajo la piel, como si cada músculo y tendón se tensaran y relajaran de forma asíncrona provocando que nada respondiera correctamente.
 a mi lado como un peso muerto y entonces mientras subía la manga de la camisa y se hizo ver algo completamente incoherente. Cada centímetro de la piel mostraba una hinchazón pequeña pero extraña, demasiado exagerada para ser una alergia o erupción, su parecido se asemejaba mas bien a pústulas hinchadas y gibosas, que a punto de reventar rezumaban un líquido lechoso y espeso. Al mirarlas quedé paralizado por el horror y advertí como mi consciencia pasaba a perderse entre brumas, se respiraba algo anormal en todo, algo que se pasaba de lo real, algo meciéndose entre el abismo de la locura y la inconsciencia pugnando por derramarse para uno u otro lado, y finalmente venciéndose hacia el segundo.
En lo que para mi fue un tiempo largo y corto a la vez, unos segundos o varias horas ya estaba de vuelta a lo real y la reacción natural fue volverme rápidamente hacia lo visto antes, esperando no encontrar nada y rezando a dioses conocidos oraciones sin peso ni sentido me encontré despegándome de mi alma cuando las protuberancias hinchadas se revolvieron con un extraño frenesí. En el interior reptaba algo mas oscuro que el liquido y que se retorcía con un cuerpo segmentado y alargado, articulado y hambriento, y ahora pugnaba por salir, repitiéndose en cada una de las pustulosas cúpulas de piel translúcida. Sin dar tiempo a mas impresión una de esas criaturas, la que mas cerca se encontraba de mis ojos se lanzó hacia la libertad a través de varias capas de epidermis inflamada provocandome unas punzadas de espanto en el alma que se multiplicaron por miles mientras se tornaban las hinchazones en llagas de las que emergía como de una crisálida cada una de las copias del primer ser quitinoso y oscuro que ahora observaba con sus ojos compuestos una nueva realidad ante mi mirada incrédula y aterrada.
Salían de mí y se conformaban por un segmento en el que se incluía la cabeza, estrecho y con apariencia resistente y una cola anillada, hinchada y abotargada, muy larga de color blanquecino purulento, terminando en un afilado aguijón. Cada una de ellas mediría unos dos centímetros y destacaba en toda esta visión el vacío profundo de sus ojos. Angustiado enormemente comencé a cogerlos entre los dedos y lanzarlos lo mas lejos posible, pero eran demasiados para ese método tan lento, me pasé la mano fuertemente por el brazo, pero ellos se habían percatado de lo que iba a hacer y su reacción fue invertir su marcha y introducirse profundamente en mi piel. Este acto trastocó mi razón profundamente y salí corriendo, alcancé un cuchillo de cocina del cajón y empecé a lacerarme la piel, enloquecido al principio y luego ahondando uno por uno en los agujeros y extrayendo las terribles larvas de mi cuerpo. En un instante de paroxismo total en el que nada era creíble empezó a sonar un zumbido aberrante a mi alrededor, había insectos volando a trompicones, como las gacelas recién nacidas que aun no han aprendido el dominio completo de sus extremidades. Los horrores que había lanzado al suelo estaban bombeando la sangre de sus amorfos cuerpos a unos capullos en sus espaldas que se hinchaban, arrugados en un principio y luego se alisaban formando élitros y diáfanas alas con brillos semejantes al arcoiris. Estaban volando y no importaba cuantos hube masacrado antes, se posaban sobre el resto de mi cuerpo y clavaban su largo apéndice bombeante en mi piel, el aguijón vibraba mientras las futuras larvas en estado de pequeños huevos se introdujeron en mi dermis, en la corriente sanguínea, mientras seguían clavando y clavando, en mi cara, en cada centímetro de piel, en mis ojos.
Llevo ya tres días en estado de semiconsciencia, no entiendo como no se ha consumido mi cuerpo, lo único que parece es que los seres respetan mis vasos sanguíneos, respetan la cantidad de carne justa, de órganos justos para que puedan seguir parasitandome mientras aún me encuentro vivo.

Este cuento ha sido enviado por Nareroklor, agradecemos su aportación.



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