Aquella silueta empañaba los vidrios con su respiración; sus dientes amarillos y sus labios hinchados daban asco.

La habitación apenas tenía un poco de luz, lo suficiente para dejar ver tres cuerpos esposados y casi desnudos. El frío era tan grande que hasta gritar se les dificultaba y luego sus cuerpos comenzaban a tiritar. Aquellas mujeres tenían el corazón a mil, recordando como llegaron a aquel sitio, pero sus mentes regresaron cuando vieron a aquel sujeto sacarse un tétrico disfraz de conejo que las ponía nerviosas. Era un hombre corpulento, con pocos cabellos y sus labios hinchados, sus ojos parecían algo deformes y miraba de una manera extraña, algo desquiciada. Su sonrisa provocaba escalofríos, pareciendo un retardado y aplaudía cada ciertos momentos. Aquellas mujeres vieron como aquel hombre se acercaba a alguien tirado en el piso, con los ojos en blanco pero respirando lentamente. Tomó su mano derecha y con una idiota sonrisa, arrancó uno por uno sus dedos, con una fuerza sobrehumana, para luego degustarlas como delicias. El grito de aquel hombre no sirvió mucho ya que murió unos pocos minutos después. Luego volvió a sentarse frente a ellas y se colocó el disfraz. Una de ellas, la mas escurridiza y animada en salir de ese lugar, visualizó un puñal cerca. Una de las tres mujeres murió de hipotermia su cuerpo aún se conservaba de un claro color azul, mientras que la otra sollozaba y balbuceaba

-¡Enfermo, depravado, idiota!-gritó mientras lloraba con todas sus fuerzas

Aquel conejo se abalanzó de un golpe y enterró un cuchillo en su vientre rasgándolo hacia arriba dejando una gran abertura a sus intestinos, los cuales el sujeto revolvió con afán. Aquel momento era perfecto para la otra mujer, quien con su pierna derecha atrajo el puñal, pero luego cayó de cuentas que sus manos estaba atadas y nada podría hacer. De impotencia y rabia gritó y lloró lo más que pudo, se tambaleó agresivamente unos segundos hasta que escuchó un disparo cerca de sus oídos, viendo como una bala atravesaba la cabeza de conejo y se introducía en su cráneo. Comenzó a respirar agitadamente cuando vio entrar a un hombre con guantes negros y una capucha.

-Te sacaré de aquí-dijo desatándola
-Gracias
-No, aún no me las des...si a la cuenta de cinco segundos no has salido de este lugar date por muerta

Ella abrió sus ojos hasta más no poder, iba a decir algo cuando fue interrumpida

-Uno.....

Caminó hacia la puerta; siempre mirándolo.

-Dos.....

Corrió hacia el lado derecho, esquivando los vidrios que se asomaban en el piso.

-Tres.....-alzó la voz

Aquello parecía un laberinto, puerta tras puerta aparecía.

-Cuatro.....-comenzó a caminar

Rendida, se encerró en una habitación oscura y en un rincón abrazada a si misma, esperó. Al minuto sintió una suaves caricias en el hombro, provocando el peor miedo de su vida, haciendo que en un instante abriera la puerta y saliera corriendo. En su correr vio la salida, la bendita salida, si no fuera por un pequeño tropezón que la hizo caerse encima de una mesa con una moto sierra implantada en ella, provocando la mutilación de un brazo y deformidad en su rostro en un segundo.

-Cinco.....-dio riendo

Entró a la misma habitación y prendió las luces, dejando ver una suave cortina que se mecía con el viento, aquello que le había causado el miedo antes de la Muerte. Cerró la puerta y vio a través de la ventana como llegaban unos cuantos jóvenes a aquel infierno adornado como un bello y paradisíaco hotel.

Este cuento ha sido enviado por Carla Sanhueza, agradecemos su aportación.



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