Esta historia sucedió cuando mi madre era pequeña y vivía en el campo, mi abuela se la contó, pero no puedo asegurar si realmente sucedió.
Pedro era un joven muy trabajador, hijo único de un matrimonio de ancianos que no tenían mucho dinero. Como estaban tan orgullosos de los esfuerzos de su hijo que se dedicaba a realizar las faenas más pesadas en el campo que era su único sustento, decidieron apretarse el cinturón y regalarle, para su cumpleaños 21, un hermoso caballo blanco. Pedro estaba feliz con su regalo, en aquella época y lugar era equivalente a un Ferrari, cuidaba mucho a su caballo y lo nombro Albo.
Una vez al mes, por lo menos, Pedro solía salir de fiesta. Se arreglaba mucho y galopaba sobre Albo a alguna fiesta de campo que realizaba algún vecino. Los vecinos en el campo, suelen vivir bastante lejos, así que poder ir y volver a caballo era mucho más seguro y menos agotador. En las fiestas, Pedro solía bailar, tomarse sus copas, jugar cartas, reír y cantar. Jamás se emborrachaba y siempre volvía a casa antes del amanecer, no le gustaba preocupar a sus padres.
Transcurrió que una tarde, se puso sus mejores ropas nuevas, se aperfumó, colocó su sombrero en la cabeza y subió a su radiante Albo, que había cepillado toda la tarde, para ir rumbo al campo de los Benitez. Tenían una fiesta de cumpleaños y las chicas Benitez tenían una reputación de ser muy bellas, así que Pedro entusiasmado se encaminó al festejo, a pesar de que estaba muy lejos y el camino no le era muy familiar. Su madre incluso le dijo que no se preocupara por venir tan temprano, pues sabía de los peligros en unos despeñaderos que tendría que pasar y que mejor los atravesara después de salido el sol. Pedro escuchó la advertencia, pero no le tomó mayor atención.
La fiesta fue muy entretenida, Pedro bailó y se divirtió como nunca, pero llegada ciertas horas, como era su costumbre, emprendió el regreso a casa. Estaba oscuro y recordó lo difícil del camino para llegar la tarde anterior, pero no quiso regresar a la fiesta, siguió adelante a pesar de todo.
En su casa, su madre despertó asustada y algo desesperada, no lograba volver a dormir y pensaba que algo terrible le había sucedido a su hijo. Pasaron unos 15 minutos y escuchó los galopes del caballo, los ruidos de la tranquera que acostumbraba hacer su hijo cuando guardaba a su precioso Albo y después sus pasos dirigirse hacia la casa, abrir la puerta, cerrarla y caminar silencioso hacia su habitación para no despertar a nadie. Más tranquila, pudo conciliar el sueño hasta la mañana siguiente.
La madre de Pedro preparó el desayuno muy tranquila, pensando que dejaría dormir a su hijo que había trasnochado, cuando alguien toca la puerta. Un vecino con la cara muy larga titubea y le dice: "Vecina, su hijo cayó en el despeñadero... avísele al vecino que traiga la carreta, así le traemos el cuerpo... Lo lamento mucho, se vino más temprano de la fiesta anoche, yo pasé recién de vuelta de allí mismo, por eso lo ví... "
La mujer no cree y corre a la habitación de el hijo, pero no está: "Pero si él llegó en la madrugada, yo lo escuché... el caballo debe estar guardado, si no, fue un sueño... no puede ser... " Se desespera y sale a mirar si el caballo está o no en donde debería.
"Vecina, los animales siempre vuelven a la casa, eso no tiene nada que ver..."
La mujer comprueba que el animal está atado tal como lo dejaba su hijo, no comprende, se larga a llorar desesperada.
Cerca del mediodía, llevan el cuerpo destrozado de Pedro, muchas vecinas acompañan a su doliente madre e intentan tranquilizarla. Al escuchar la historia de que llegó y dejó amarrado al caballo una anciana muy sabia le dice: "Hijita, quedate tranquila, el espíritu de tu hijo sólo quería llegar y dejar a salvo su caballo, el bien tan preciado que ustedes le dieron, además de ser una de las pocas de valor que tienen.

Este cuento ha sido enviado por Arry, agradecemos su aportación.



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